A partir del siglo VI se produjo un amplio movimiento misionero en el continente europeo, que contribuyó a forjar la civilización medieval.
Los pioneros fueron los monjes de la Iglesia céltica irlandesa. Hombres como el abad Columba, Galo, Aidan, Cuthberto o Columbano extendieron el cristianismo por Escocia, el norte de Inglaterra, la Galia y Germania, desde monasterios como lona o Lindisfarne.
La nueva Iglesia anglosajona continuó la tradición misionera irlandesa, y Willybrord evangelizó Frisia, mientras Bonifacio extendía el cristianismo en gran parte de Alemania y colaboraba en la reforma de la Iglesia franca. La coronación imperial de Carlomagno por el papa León III (800) selló la alianza entre Roma y el poderoso reino franco. La autoridad del soberano era sancionada espiritualmente y, a cambio, él se comprometía a defender y extender la fe. Esta vinculación entre la Iglesia y el poder político se convirtió en una constante durante siglos, e influyó notablemente en el proceso de difusión del cristianismo.
La humanidad vivió uno de los momentos más crueles de intolerancia religiosa durante la Edad Media. La Inquisición de la Iglesia Católica se encargó de arrestar, torturar y ejecutar –generalmente por la hoguera- a judíos, paganos, herejes y otras minorías religiosas. El Malleus maleficarum publicado en 1486 era un compendio de todas las fantasías sobre los aquelarres, los sacrificios humanos y los ritos sacrílegos. Las brujas, en su mayoría mujeres, eran allí acusadas de ser responsables de todos los males de la sociedad.
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